PENSAMIENTOS DEL MONJE SILVANO DEL MONTE ATHOS

 

La vida del starets Siluan

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El monje padre Siluan (el nombre y apellido — Simón Ivanovich Antonov). Nació en el año 1866 en una aldea de la provincia de Tambov, Rusia). Llegó al monte Athos en 1892, fue tonsurado monje en 1896 y tomo la sjima en el año 1911. (Los votos de la sjima son más severos y al monje se le cambia el nombre y los hábitos). Cumplía la obediencia en el molino del monasterio de Viejo Rusik, en economía. Falleció el 24 de septiembre de 1938. Esos pocos datos se tomaron del monasterio de Athos.

Desde que "nació" hasta que "falleció" podemos contar muy poco, pues es el tema de la vida interior de un monje ante Dios — algo indiscreto y atrevido. Hablar sobre "la profundidad del corazón" de un cristiano es un sacrilegio, pero creemos que ahora el starez ya no teme a nada. Nada va a perturbar su descanso eterno en Dios. Por eso nos permitimos relatar su extraordinariamente rica vida y también teniendo en cuenta a aquellos pocos que son atraídos por esta vida divina.

Muchos, que están en contacto con los monjes en general y con el starez Siluan en particular, no encuentran nada especial y se quedan con el deseo incumplido y hasta desilusionados. Esto pasa porque se acercan al monje con demandas y búsquedas erróneas. El monje constantemente está en un estado de lucha, muchas veces muy intensa, pero el monje ortodoxo no es un faquir. A el no le interesa un logro con ejercicios especiales, con un particular desarrollo de las fuerzas psíquicas, lo que atrae a muchos ignorantes buscadores de la vida mística. Toda su vida el monje realiza una lucha fuerte. Algunos de ellos, como el padre Siluan, llevan una lucha titánica con el mundo invisible para matar en su corazón al animal orgulloso para hacerse un verdadero hombre dócil y humilde según la imagen del Hombre-Cristo. Para el mundo es extraña e incomprensible la vida cristiana. Una paradoja. Todo parece que es contrario al orden en el mundo y no hay posibilidad de explicarlo con palabras. El único camino para comprender — es cumplir la voluntad de Dios, lo que significa cumplir todos los mandamientos y enseñanzas de Jesucristo.


La infancia y los años de juventud


De la larga vida del starez queremos mencionar algunos hechos que demuestran su vida interior y al mismo tiempo "su historia." El primero corresponde cuando él tenía 4 años de edad. Su padre, como muchos campesinos rusos, daba buena acogida a los peregrinos. En un día festivo invitó a su casa a un librero ambulante, con la esperanza de enterarse de algo nuevo e interesante, ya que le gustaba instruirse. Al huésped fue ofrecida la comida y el te. El pequeño Simeón escuchaba con curiosidad la conversación. El librero trataba de demostrar, que Cristo no era Dios y que Dios no existe. Al niño le sorprendieron especialmente las palabras: "¿Y donde esta Dios?" y el pensó: "Cuando creceré y seré grande e iré a buscar a Dios." Cuando se fue el huésped, Simeón le dijo al padre: "Tu me enseñas a orar, pero él dice que Dios no existe." El padre contestó: "Yo pensaba que él era un hombre inteligente, pero resulto ser un estúpido. No lo escuches." Pero las palabras del padre no borraron las dudas del alma del niño.

Pasaron muchos años, Simeón se convirtió en un mozo grande y robusto. Trabajaba como carpintero en una estancia. Era miembro de una unión agrícola. Una mujer del pueblo les cocinaba la comida. Una vez ella hizo una peregrinación para visitar la tumba de un famoso ermitaño Juan Sesenovsky (1791-1839). Al regresar, ella contó que sobre la tumba del ermitaño se producen milagros. Otra gente también confirmo el hecho de los milagros y que Juan era un santo. Escuchando esto, Simeón pensó: Si Juan es santo, significa que Dios está con nosotros y no es necesario andar por la tierra buscándolo. Con este pensamiento su joven corazón se lleno de amor a Dios.

Una cosa sorprendente, desde los 4 años hasta los 19 lo incomodaba el pensamiento sobre la existencia de Dios, que le puso el incrédulo librero. Su problema se soluciono en una forma algo ingenua.

Después que Simeón recupero la fe, su pensamiento estaba siempre con Dios y el empezó a rezar mucho, llorando. Entonces sintió un cambio dentro de si y la atracción de la vida monacal. Como él contaba después, ya no lo atraían, como antes, las hermosas jóvenes, las miraba como si fueran hermanas. En aquel momento el pidió a su padre el permiso de entrar en el gran monasterio Lavra de Kiev. Pero el padre fue categórico: "Primero hay que hacer el servicio militar y después sería libre de ir." En un estado tan especial estuvo tres meses, pero después empezó nuevamente a relacionarse con las personas de su misma edad, pasear con las mujeres, tomar vodka, tocar acordeón y vivir como los demás jóvenes de la aldea. Siendo joven, hermoso y fuerte y para este tiempo rico, él gozaba de la vida. Era amado por su carácter alegre y tranquilo y las jóvenes lo miraban como a un novio conveniente. El mismo fue cautivado por una chica, pero antes que se hablara de la boda, ocurrió "lo habitual" entre ellos.

Es remarcable que a la mañana siguiente, cuando el trabajaba con su padre, este le dijo con voz baja: "Hijo donde estuviste ayer, me dolía el corazón." Este dulce reproche entró en el corazón de Simeón. Y recordando después el starez decía; "Yo no llegue a la medida de mi padre. El era sencillo y analfabeto. Aprendió a rezar el Padre Nuestro, escuchando en la iglesia, pero era un hombre dócil."

La familia de ellos era grande: los padres, 5 hijos y 2 hijas. Todos juntos vivían en paz. Los hermanos mayores trabajaban con el padre. Un día viernes a Simeón le toco preparar la comida, durante el tiempo de la cosecha. El olvido que los viernes no se come carne y cocino carne de cerdo. Lo llevó al campo y todos comieron. Pasó medio año, en una fiesta de invierno, su padre le dijo, sonriendo: "te acuerdas, como un día viernes, en el campo me hiciste comer carne de cerdo, era come comer carroña." — "¿y porque no me dijiste nada?" — "yo hijo no quise turbarte."

Relatando semejantes casos de su vida en la casa de su padre, el starez Siluan agregaba: "he aquí el hombre, que yo quisiera tener como "starez," el nunca se enojaba, siempre era recto y dócil. Pensar que espero medio año la oportunidad de corregirme sin turbarme. Simeón era muy fuerte. El era muy joven, antes del servicio militar y un día, durante las fiestas de Pascuas, después de un almuerzo abundante con carne, cuando se quedó en la casa con la madre, ella le ofreció una tortilla de media docena de huevos y el no se negó, comió todo. En aquellos tiempos él trabajaba con sus hermanos en la estancia del príncipe Trubezkoy .En los días de fiesta, a veces, iba a la taberna, donde en una noche tomaba 2.5 litros de vodka y no se embriagaba.

Una vez, cuando después del deshielo cayó helada, entró en la posada un hombre y dijo que no podía partir porque una gruesa capa de hielo cubrió los cascos de su caballo, que no se dejaba liberar por el dolor. Simeón se ofreció ayudarle. Tomó el caballo por el cuello y le dijo al hombre: "Ahora rompa el hielo." El caballo no se pudo mover y todo el hielo en los cascos se pudo sacar. El hombre pudo partir.

Enormes ollas calientes llevaba con las manos para servir la comida en la mesa. O con un puñetazo rompía una gruesa tabla. Podría trabajar mucho y comer mucho y aguantaba fácilmente el calor y el frío.

Pero esta fuerza fue la causa de un gran pecado, seguido por un gran arrepentimiento. Un día de la fiesta parroquial de su aldea y cuando todos los aldeanos charlaban alegremente delante de sus moradas, Simeón paseaba por la calle con sus amigos, tocando el acordeón. A su encuentro venían dos hermanos — zapateros de la aldea. El mayor — un hombre grande y fuerte, escandaloso estaba borracho y quiso quitar el acordeón a Simeón. Pero el último alcanzo entregarlo a un amigo. Simeón quiso persuadir al borracho de seguir su camino, pero viendo a las muchachas que los observaban el zapatero ataco a Simeón. También Simeón, quien al principio quería ceder, pensando que las muchachas se iban reír de él, le dio un fuerte golpe en el pecho. El voló lejos y se cayó en medio de la calle. De su boca salía sangre y espuma. Todos se asustaron y Simeón pensó que lo había matado. Y se quedo parado. En este momento el hermano menor del zapatero tiró una piedra grande sobre Simeón, pero el pudo esquivarla y la piedra le rozó la espalda. Entonces dijo Simeón: "¿que quieres, que te pase lo mismo?" pero el otro escapo. Durante largo rato estaba tirado el zapatero sobre la calle. La gente vino a ayudar. Lo lavaron con agua fría. Recién, media hora después, pudo levantarse y lo llevaron a casa. Cerca de dos meses estuvo enfermo, pero, por suerte, no murió. Los hermanos zapateros, con sus amigos, esperaban a Simeón en las callejuelas con palos y cuchillos, pero Dios lo salvo.

Así, en bullicio de la vida, comenzó a desaparecer en el alma de Simeón el primer llamado de Dios para la vida monacal. Pero Dios, que lo había elegido, lo llamo de nuevo por medio de una visión. Una vez, después de pasar un tiempo indecentemente, Simeón se adormeció y vio como una serpiente penetro por la boca en su interior. Sintió un fuerte asco, se despertó y al mismo tiempo escucho las palabras: "Tu tragaste en el sueño la serpiente y te dio asco; así a Mi no Me gusta ver lo que estas haciendo." Simeón no vio a nadie, solo oyó la voz que por su hermosura y dulzura era totalmente singular. Según la indudable convicción del starez — esta fue la voz de la Madre de Dios. Hasta el fin de sus días, el daba las gracias a Ella por no haberlo despreciado y visitarlo personalmente para salvarlo de la caída. El decía: "Ahora veo como el Señor y la Virgen María se apiadan de la gente. Piensen, la Madre de Dios bajó del cielo para advertirme de mis pecados." El aseguraba que no fue honrado de verla a causa del estado de impureza en que se encontraba

Este segundo llamado, ocurrido un poco antes del servicio militar, decidió la elección de su futuro camino. Lo primero que paso fue un cambio radical en su vida, que tomaba un mal camino. Simeón sentía una profunda vergüenza por su pasado y empezó a arrepentirse muy profundamente ante Dios. La decisión de entrar en un monasterio, después del servicio militar, se duplicó. Y empezó a cambiar su conducta sobre lo que el veía en la vida. El cambio no fue solamente en sus cosas, también en sus muy interesantes conversaciones con la gente.
 


 


El tiempo del servicio militar

Simeón hizo el servicio militar en la Guardia Imperial, en el batallón de zapadores. Vino con mucha fe y arrepentimiento y no dejaba de pensar en Dios.

En el ejército lo querían mucho como a un soldado cumplidor, tranquilo, de buena conducta. Y los compañeros como a un fiel y agradable amigo. Pero esto era normal en Rusia, donde los soldados vivían como hermanos.

Una vez, en vísperas de una fiesta, Simeón con tres compañeros se fueron a la ciudad. Entraron en un bodegón grande con mucha luz y música. Pidieron la cena con vodka y se pusieron a conversar en voz alta. Simeón hablaba poco. Un amigo le pregunto:

¿Simeón, estas callado, en qué piensas?

Yo pienso que nosotros lo pasamos alegremente en un bodegón. Comemos, tomamos vodka, escuchamos música y nos divertimos, pero en el Monte Athos los monjes hacen vigilia y rezan durante toda la noche. ¿Entonces quien de nosotros dará la mejor contestación en el Juicio Final, ellos o nosotros?

Entonces otro le dijo:

¡Como es Simeón! Nosotros nos divertimos y escuchamos música y sus pensamientos están en Athos y en el Juicio Final.

Las palabras del soldado de Guardia sobre Simeón de que sus pensamientos están en Athos y en el Juicio Final, no son solamente de este momento, cuando ellos estaban sentados en el bodegón. El siempre pensaba en el Monte Athos y también enviaba dinero para ayudar a los monasterios.

Una vez el regresaba de una aldea, donde fue para mandar dinero a Athos. Un perro rabioso se le vino directamente a él. Cuando se le acercó y estaba por atacarlo, Simeón, lleno de miedo, exclamó: "¡Señor, ayúdame!" Ni bien el pronunció este rezo, una fuerza extraña lanzo al perro al costado como si hubiere tropezado con algo y contorneando a Simeón el perro corrió hacia la aldea, donde hizo mucho daño a la gente y al ganado. Este acontecimiento le produjo una impresión muy fuerte a Simeón. El sintió la proximidad de Dios, Quien nos custodia, y se acerco más a Dios.

Poco tiempo antes de terminar su servicio militar en la Guardia, Simeón juntamente con un escribiente del batallón fueron a ver al padre Juan de Kronstadt, para pedirle su bendición y rezos. Como no lo encontraron, le dejaron escritas sus cartas. El escribiente dejó una carta larga, escrita con su hermosa letra. Pero Simeón escribió pocas palabras: — "Padrecito, quiero hacerme monje, rece que el mundo no me retenga." Regresaron a San Petersburgo, al cuartel. Y al otro día, según las palabras del starez, el sintió, que a su alrededor "resonaba una llama infernal." Regresó a su casa y permaneció ahí solo una semana. Rápidamente le juntaron los lienzos y otros regalos para el monasterio. Simeón se despidió de todos y viajo a Athos. Pero, desde el día cuando el padre Juan empezó a rezar por él, "la llama infernal" resonaba alrededor de él sin parar, en todos los lados donde se encontraba. En el tren, en el puerto de Odessa, en el barco y aún en el monasterio de Athos, en la iglesia y en todas partes...


La llegada al Monte Sagrado y sus devociones monásticas.

Simeón llego a Athos en el otoño del 1892, y entro en el monasterio ruso del gran mártir San Pantaleón. Empezó su nueva vida de sacrificios y vigilias.

Según las costumbres de Athos, el novicio "hermano Simeón" debía pasar unos días en paz completa, para recordar los pecados de su vida, anotarlos para decirlos al confesor. El tormento infernal, que no se quitaba, le produjo un arrepentimiento muy fuerte. En el Sacramento de la Confesión Simeón quería liberar su alma de todos los pecados y relató con buena disposición y gran miedo todo lo que había hecho en su vida, sin ningunas justificaciones.

El confesor dijo al hermano Simeón: "Tu te confesaste delante de Dios y debes saber que estas perdonado... Desde hoy comienza la nueva vida... Ve con Dios y alégrate que El te trajo a este refugio de salvación."

El hermano Simeón fue introducido, para su desarrollo espiritual, con la ayuda del régimen sempiterno de la vida del monasterio, con el continuo recuerdo de Dios, la oración en la celda solo, largos oficios en el templo, los ayunos y vigilias, frecuentes confesiones y comuniones, lecturas, trabajos y obediencia. Pronto aprendió "la oración a Jesús" con el rosario. Pasó poco tiempo, cerca de tres semanas y una vez al atardecer, durante la oración delante del icono de la Virgen, la oración entro en su corazón y empezó a realizarse ahí de día y noche, pero entonces el todavía no comprendía la grandeza y el extraordinario valor del don recibido de la Madre de Dios.

El hermano Simeón era paciente, bondadoso, obediente: en el monasterio lo amaban, lo elogiaban por los trabajos bien hechos y por el buen carácter y esto le agradaba. Luego empezó a pensar: "vivís sin pecar, te arrepentiste, estas perdonado, rezas continuamente y cumplís bien tus obligaciones." La mente del novicio vacilaba a causa de estos pensamientos y una inquietud penetraba en su corazón, pero, debido a su inexperiencia, él no comprendía que es lo que pasaba. Una noche su celda se lleno con una luz extraña, la cual penetró hasta el interior de su cuerpo y el vio sus intestinos. El pensamiento le decía: "acepta — es la bendición," pero su alma de novicio se quedó confusa y el quedó en una gran confusión.

Después de ver la luz extraña, empezaron a aparecerle los demonios, y él, ingenuo, hablaba con ellos como con la "gente." Poco a poco estas agresiones aumentaron. Algunas veces ello le decían: "ahora tu eres un santo," otras veces: "tu no te salvaras." El hermano Simeón preguntó una vez al demonio: "porque vosotros habláis distinto: o dicen que soy santo, o que no me salvare." Burlándose, el demonio le dijo: "nosotros nunca decimos la verdad."

Las insinuaciones demoniacas de llevarlo al "cielo," en su orgullo, o precipitarlo a la perdición eterna. Y el rezaba a Dios con un fervor excesivo. Dormía poco, a ratos. Físicamente fuerte, un gigante, el no se acostaba. Pasaba rezando todas las noches, parado o sentado en un banco. Cansado se dormía 15-20 minutos y después rezaba de nuevo.

Pasaban meses, pero las agresiones demoniacas se hacían cada vez más fuertes. Las fuerzas espirituales del novicio empezaron a ceder y su ánimo decaía. El miedo a la perdición eterna y desesperación aumentaban. El ya no soportaba más. Llego al último paso de la desesperación y estando sentado en su celda, al atardecer, pensó: "No se puede implorar a Dios." Con este pensamiento el sintió completo abandono y su alma se hundió en la oscuridad de la angustia infernal y tristeza.

En el mismo día, durante el servicio vespertino, en la iglesia del Santo Profeta Elías, a la derecha de la puerta central del Iconostasio, el vio a Cristo vivo. "Incomprensiblemente el Señor apareció al joven novicio" — y todo su ser se llenó con el fuego de Gracia del Espíritu Santo, con aquel fuego, que nuestro Salvador hizo descender con Su presencia en la tierra (Lc. 12:49). Con esta visión, Simeón se quedo extenuado y el Señor se hizo invisible. Es imposible describir el estado de ánimo de Simeón, a esta hora. Lo ilumino la gran luz Divina. Espiritualmente fue elevado al cielo donde oía las palabras indecibles. Fue el momento en que nacía por segunda vez (Juan 1:13; 3:3). La mirada dulce de Jesucristo que todo perdona, llena de amor, alegre, atrajo a todo el hombre y después de desaparecer, llevó su alma a la contemplación Divina, fuera del mundo material... Mas adelante, en sus escritos, él repite constantemente que el conoció a Dios y lo vio por intermedio del Espíritu Santo. También afirma que cuando el Mismo Dios se aparece al alma, ella no puede no reconocer en El a su Creador y Dios.

Al renacer su alma después de la Divina Aparición, después de haber visto la luz de la verdad y eterna existencia, Simeón sentía una alegría pascual. Todo le parecía bueno. El mundo excelente, la gente amable, la naturaleza hermosa. Y el cuerpo se cambio, más ligero y parecería que aumentaron sus fuerzas. Pero, con el tiempo, el sentimiento de la gracia se debilito. ¿Por qué? ¿Que hacer, para no permitir esta perdida?

Empezó la atenta búsqueda de la respuesta a la creciente confusión en los consejos de su confesor y en las obras de los Santos Padres-ascetas. El padre-starez Anatolio, del Santo Rusac, le dijo: "durante la oración mantén tu mente limpia de toda imaginación y pensamiento. Concéntrate en las palabras de la oración." Simeón pasó bastante tiempo con el starez Anatolio. Su conversación instructiva y útil concluyó el padre Anatolio con las siguientes palabras: "si tu ahora eres así, ¿como serás, cuando seas viejo?" Pero esta pregunta le dio al joven novicio un fuerte pretexto para la soberbia, contra la cual él todavía no sabia luchar. Joven y todavía inexperto el monje Simeón comenzó la más difícil, más compleja, más sutil lucha contra la soberbia. El orgullo y la soberbia traen consigo todas las desgracias y caídas. La gracia se aleja, el corazón se enfría, se distrae la mente en la oración y así comienzan los pensamientos pecaminosos.

El joven monje Siluan gradualmente aprende los más perfectas hechos ascéticos, las cuales parecen imposibles a la mayoría. Su sueño sigue entrecortado — varias veces durante las 24 horas de 15-20 minutos. No se acuesta, duerme sentado en un banco. De día trabaja como un obrero, se dedica a la obediencia, renunciando a su propia voluntad. Aprende a guiarse por la voluntad Divina, se abstiene en la comida, se aleja de las conversaciones, reduce los movimientos. Durante largas horas reza la oración de Jesús, rica en su contenido. Y a pesar de todos sus esfuerzos, frecuentemente la luz de la gracia lo abandona y los demonios lo rodean de noche.

Los cambios de estado, algo de gracia y abandono después, y las agresiones demoníacas no pasan infructuosas. Gracias a estos cambios el alma de Siluan se encuentra en continua lucha, pasa las noches sin dormir en la búsqueda de salida. Pasaron 15 años desde el día de la aparición de Cristo. Una vez, cuando luchaba con los demonios, cuando a pesar de todos los esfuerzos no podía rezar con pureza, Siluan se levanta del banco para hacer una inclinación, pero ve delante suyo a un enorme demonio, parado delante de los iconos, quien espera una inclinación a si mismo. La celda estaba llena de demonios. El padre Siluan se vuelve a sentar y inclinando la cabeza con el corazón dolorido dice la oración: "Señor, Tu ves, que yo trato de rezar con la mente pura, pero los demonios me lo impiden. Enséñame, ¿que debo hacer para que ellos no me molesten?" Y recibió la respuesta en su alma: "los orgullosos siempre sufren así a los demonios." — "Señor, — dice Siluan, — "¿enséñame, que debo hacer para que mi alma sea humilde?" Y otra vez la respuesta de Dios en el corazón: "Ten tu mente en el infierno y no te desesperes."

Desde entonces le ha sido abierto en su alma, que la raíz de todos los pecados, la semilla de la muerte — es el orgullo, y que el Dios es — la humildad. Por eso, el que quiere llegar a Dios debe tener la humildad. El comprendió, que aquella indecible, enorme humildad de Cristo, que él vivió durante Su Aparición, es parte integrante del amor Divino, de existencia Divina. Ahora el comprendió con claridad que todo el esfuerzo debe ser dirigido para tener la humildad. Le fue dado a conocer el gran misterio de la Existencia Divina.

Espiritualmente el penetró en el misterio de la lucha del venerable Serafín de Sarov, quien después de haber visto a nuestro Señor durante la Liturgia en el templo, y sintiendo después la perdida de la gracia y abandono Divino, se fue al desierto y ahí paso mil días y noches, parado sobre una piedra, implorando: "Dios, ten piedad de mi, pecador."

Le fue revelado el verdadero sentido y vigor del venerado Pimen el Grande. En la respuesta a sus discípulos:

"Créanme, hijos, Donde esta el demonio, ahí estaré yo." El comprendió porque el venerado Antonio el Grande fue enviado por Dios al zapatero en Alejandría, para aprender de él como hay que pensar humildemente. Del zapatero el aprendió a pensar: "todos serán salvados, solo yo pereceré."

El comprendió por su propia experiencia que el campo de la lucha espiritual con el mal cósmico es el propio corazón del hombre. Espiritualmente, el vio que la mas profunda raíz del pecado es el orgullo — este azote de la humanidad, que alejó a los hombres de Dios y que hunde al mundo en innumerables desgracias y sufrimientos. Esa verdadera semilla de la muerte que cubre la humanidad con oscura desesperación. Ahora Siluan, prominente gigante del espíritu, concentra todas sus fuerzas por la humildad de Cristo, que le fue dada a conocer en la primera Aparición, pero que él no conservó.

Después de la revelación Divina, el monje Siluan se paro con firmeza en el camino espiritual. A partir de ese día su "canto predilecto," como el mismo expresaba, era así: "pronto moriré, y mi alma condenada ira al estrecho y negro infierno, y ahí estaré solo, sufriendo en el oscuro fuego, llorando al Señor: ¿donde estas la luz de mi alma? ¿Porque me abandonaste? Yo no puedo vivir sin Ti."

Esta acción lo llevo a la paz espiritual y a la oración pura. Pero aun y este camino ardiente resulto largo.

La gracia no lo abandona como antes, él la percibe y la lleva en el corazón, el siente la viviente presencia de Dios. El está lleno de asombro ante la misericordia Divina. La profunda paz de Cristo está con el. El Espíritu Santo le da la fuerza del amor y aunque el ahora no es más aquel insensato, como lo fue antes de la larga y difícil lucha, salió instruido y se convirtió en un gran luchador espiritual, — sin embargo seguía sufriendo a causa de las vacilaciones e inconstancias de la naturaleza humana. Y continuaba con el llanto en su corazón, cuando disminuía en él la gracia Divina. Pasaron 15 años mas, hasta que recibió la fuerza para rechazar, con un movimiento de la mente aquello que antes lo perturbaba gravemente. Con la oración pura y sensata el asceta aprende los grandes misterios del espíritu. Penetrando en su corazón, primeramente en el fondo de su corazón corporal, después empieza a penetrar a las profundidades que no son materiales. El encuentra su profundo corazón espiritual, metafísico y ve en él que la existencia de la humanidad no es algo ajeno y extraño a él, pero es inseparable con su propia existencia.

"El hermano nuestro es nuestra vida" — decía el starez. A través del amor Divino toda la gente se percibe como una parte inseparable de nuestra existencia eterna. El mandamiento — amar al prójimo, como a si mismo, — él empieza a comprender no solamente como una norma ética, y en la palabra como, el ve no la medida del amor, sino un ecológico conjunto de la existencia.

"Dios Padre no juzga a nadie, sino todo el juicio dio al Hijo.... por cuando es el Hijo del Hombre" (Juan 5:22-27). Este Hijo del hombre, el gran Juez del universo — dirá en el juicio final, que "cada uno de estos menores" es El Mismo; en otras palabras, la existencia de cada persona El une con la Suya, incorpora a su existencia Personal. Toda la humanidad "todo Adan" El incorporó en Si mismo y sufrió por todos Adan.

Después de la experiencia de los sufrimientos infernales, después de la indicación Divina: "ten tu mente en el infierno" el padre Siluan se acostumbró a rezar por los muertos, que sufren en el infierno. Pero también rezaba por los que viven y por los que tienen que venir. En su rezo, que salía de los límites del tiempo, desapareció el pensamiento sobre los acontecimientos pasajeros de la vida humana, de los enemigos. Le fue dado en la tristeza del mundo dividir a los hombres en creyentes, y no creyentes. El no aguantaba el pensamiento que los hombres van a sufrir "el fuego eterno."

Durante una conversación con un monje-ermitaño, este le dijo: "Dios castigará a todos los ateos. Ellos estarán quemándose en el fuego eterno." Por lo visto le causaba satisfacción este castigo. El starez Siluan le contesto con gran emoción: "y dime, estando vos en el paraíso, y viendo de ahí gente quemándose en el fuego infernal, ¿podrás estar tranquilo? — "y que vas a hacer, ellos solos son culpables" — contestó el monje. Entonces el starez dijo tristemente: — "el amor no puede tolerar esto... Es necesario rezar por todos."

Y él realmente rezaba por todos. Rezar solamente por sí mismo se le hizo impropio. "Todos pecaron y están destruidos de la gloria de Dios" (Rom. 3:23). Para él, que ha visto la gloria de Dios, y que sobrevivió su pérdida, el solo pensar de esta pérdida era penoso. Su alma sufría pensando que hay gente que vive sin conocer a Dios y Su amor. Y él rezaba la gran oración para que el Señor, con Su amor, diese a ellos conocerlo.

Hasta el fin de su vida, a pesar de su debilidad y enfermedades, él conservo la costumbre de dormir a ratos. Le quedaba mucho tiempo para la oración solitaria y siempre rezaba, cambiando según las circunstancias, la forma de oración. Pero su oración se hacia mas fuerte sobre todo en las horas de la noche, antes de Matines. Entonces él rezaba por los vivos y los muertos, por los amigos y enemigos, por todo el mundo.


PAX